jueves, 15 de septiembre de 2011

Crónica del viaje a Bélgica y Holanda (agosto 2011) - Día 4

Lunes 8 de agosto ("The Antwerpen day. Diamonds and mussels”, narrado por la Infanta)

Tras varios días bromeando sobre el nombre de la grandiosa metrópoli de “Antegüerpen”, ciudad de Rubens, diamantes y hermosos edificios, llegó el momento de la visita. El nombre de la ciudad proviene de la leyenda de Silvio Brabo, cuya estatua pudimos ver en la plaza Mayor (Grote Markt). La leyenda cuenta que un gigante llamado Druoon Antigoon habitaba el río, cobrando un peaje a los barcos que quisieran pasar. Si un barco no pagaba, el gigante cortaba la mano del capitán y la arrojaba al río Escalda (Schelde). Un día, un centurión romano, cansado ya, cortó la mano del gigante y también la lanzó al río y de ahí surge el nombre de Amberes (Antwerpen), Ant= Mano, Werpen= Lanzar. (By wikipedia)

Alimentados con las sabrosas pero monótonas viandas del desayuno, cogimos el tren de las 9:48, puntual y silencioso como siempre (si RENFE aprendiera...)
La lluvia nos dio la bienvenida a la ciudad, tras un raudo y fugaz paseo por el barrio de los diamantes (para no tener que comprar a las damas ninguno) llegamos al centro de la elegante urbe.


Hasta la catedral la lluvia fue nuestra compañera de paseo, de camino vimos la fachada de la casa de Rubens y otras fachadas emblemáticas... porque era el día en que todos los museos estaban cerrados (lunes). La persistente lluvia dejó paso a lo que Lord Natio denominó un “ambiente caracolero” los nativos y turistas salen al sol, cual caracoles tras la lluvia.

Tras una breve visita al interior del duomo y el paso por la tienda de souvenirs (postales, rosarios, libros para colorear...), salimos a comer. Con la agilidad que nos caracterizó durante todo el viaje para elegir sitio para llenar nuestros famélicos estómagos, escogimos un coqueto lugar llamado “Desinjoor” www.desinjoor.be donde degustamos un menú compuesto por croquetas de queso y marisco, wok y carne.

Para bajar la comida comenzamos un tranquilo paseo por las calles de esta bonita ciudad y visitamos la Iglesia de San Carlos Borromeo, donde encontramos la capilla de San Ignacio y “parientes”, la Iglesia de Santiago (con la tumba de Rubens) y el puerto engalanado con un monumental castillo. En esta zona portuaria próxima al centro histórico pudimos ver distintos tipos de embarcaciones tanto de transporte como de recreo, en una exposición libre situada en antiguos almacenes.
Paseando por la orilla del río que atraviesa Antwerpen decidimos cruzar al otro lado, utilizando para ello el túnel que muchos años atrás construyeron los “antewerpeños”.


Tras esta claustrofóbica excursión pudimos contemplar las maravillosas vistas del skyline de la ciudad. Una pausa aderezada con chocolate “Leonidas” que nos ayudó a coger fuerzas para la inesperada carrera que protagonizamos para poder coger el tren de vuelta.


Una vez en Bruselas comenzó la siguiente hazaña del día, la pesca de los mejillones, que finalmente pudimos degustar en un típico restaurante, de esos que en todas las guías recomiendan no ir, en el cual, tras un baile de cubiertos coreografiados por nuestro camarero español “Pedro”, una mezcla entre pozzi y cañita brava, celebramos la última cena en la capital Belga.

Tras la degustación de uno de los platos típicos de su gastronomía, algunos miembros del grupo siguieron la velada con un paseo por el centro de Bruselas, donde descubrieron un barrio cuyos edificios estaban decorados con escenas de cómics belgas y calles llenas de juventud algo ebria en el centro de la marcha “bruseliense”. Otros, cuyos pies ya no eran pies sino “muñoncicos” dolorosos, regresamos al hotel a descansar en las últimas sábanas limpias en las que íbamos a dormir...aunque eso aún no lo sabíamos...

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